sábado, 13 de julio de 2024

Icono de la Virgen de la Contemplación

 


El icono


Refleja la devoción del Carmelo hacia la Virgen María, con claras referencias : al Profeta Elias y a San Juan de la Cruz. Está inspirado en la «Virgen del Signo», así llamada por la promesa del profeta Isaías «El Señor os dará un signo; la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quién pondrá por nombre Enmanuel» (Is 7, 14) También es llamada «La que contiene al que los cielos no pueden contener» porque lleva en su seno al Hijo de Dios hecho hombre, al Creador hecho criatura. Otra referencia al profeta Elías, que después de tres años de sequía y tras rezar en el Monte Carmelo con insistencia (7 veces) a Dios para conseguir la lluvia, vio subir del cielo, «Una nubecilla como la palma de una mano» 1 Reyes 18, 41-45 En esa pequeña nube vemos a Maria En esa pequeña nube, él supo ver la lluvia abundante, que traía la fecundidad al país. Los antiguos Padres de la Iglesia vieron aquí una prefiguración de María: Ella también es pequeña, aparentemente insignificante, pero nos trae la fecundidad y la vida no sólo para Israel, sino para todos los pueblos. María se eleva en la nube, sobre el mar, a los pies del monte. Por último, nuestro icono intenta recoger los episodios narrados por San Lucas al inicio de su Evangelio: La Anunciación, la Visitación de María a su prima Isabel y el canto del Magníficat (Lc 1, 26-55).


LOS COLORES DEL ICONO


Todo el fondo es dorado. El oro y el blanco hacen siempre referencia a la luz, a la gloria, a Dios. Sobre el pan de oro, que crea una sensación de trascendente solemnidad, se dibujan la Virgen y los otros elementos. * El color marrón del vestido de la Virgen, así como los ocres y verdes indican la pertenencia a la tierra, al mundo de las criaturas; mientras que el azul celeste hace referencia al mundo del cielo.

El rojo del manto que recubre al niño Jesús nos habla de la sangre, del cuerpo mortal que asume en las entreñas de su madre y que un día se entregará para nuestra salvación.

El azul marino tiene un significado especial en los iconos: Israel no fue nunca un pueblo marinero. De hecho, por el mar llegaban los enemigos filisteos, que quemaban las cosechas, saqueaban las casas, asesinaban… por lo que el mar fue identificado con el peligro, el pecado, el mal; lugar peligroso, habitado por monstruos terribles. Igual referencia al mundo de la muerte y del pecado hace el negro.


DESCRIPCION DE LOS ELEMENTOS


La figura central es la gloriosa Madre de Dios, que ocupa casi todo el espacio. Su hábito marrón carmelitano indica que es una de las nuestras: criatura, barro de nuestro barro, frágil.

Recubriendo la cabeza y el cuerpo se extiende la capa blanca, porque ha sido revestida de la gracia de Dios, de la sombra del Espíritu Santo.

Los anchos pliegues del manto, que desciende desde los brazos, nos sugieren el recuerdo de la tienda del encuentro: «La Palabra de Dios se hizo carne, y plantó su tienda entre nosotros».

María es ahora la casa de Dios, el lugar santo de reunión, donde todos sus hijos e hijas podemos encontrar refugio. Recuerda la famosa visión de Santa Teresa de los frailes y monjas amparados bajo el manto de la Señora.

Su pelo y su misma ropa son un reflejo del cielo (color azul celeste), porque en ella el Cielo ha venido a habitar en la Tierra.


MIRA EL ICONO Y DEJA QUE TE HABLE


María está sobre una nube con siete lóbulos: la nubecilla de Elías, perfecta en su pequeñez (el número 7 es símbolo de perfección y de los dones del Espíritu).

Sus zapatillas son de color púrpura, con bordados dorados. A diferencia de Moisés, no tiene que descalzarse ante la presencia de Dios, que se ha hecho cercano, amable, en sus entrañas.

Como la reina Ester intercedía por su pueblo, intercede María por nosotros y obtiene de Dios un signo de protección (el escapulario, que lleva en su mano derecha), invitándonos a revestirnos de su hábito, de sus virtudes («pues tenéis tan buena madre, imitadla», nos dirá Sta. Teresa). María es la casa de Dios


La Anunciación: María ha sido pintada en actitud orante, receptiva, como en su respuesta al Ángel Gabriel: «Aquí está la esclava del Señor, que se cumpla en mí según tu palabra». San Agustín insiste en que, debido a que se fió de Dios desde el principio y se dispuso a colaborar con él acogiendo su mensaje, concibió antes en su corazón que en su vientre; es decir, se llenó del que es la Palabra de Dios, se hizo su discípula antes de convertirse en su madre. Jesús aparece en un círculo sobre el seno de María como entrando en ella, tomando acomodo, realizándose el admirable misterio de la Encarnación.


La Visitación: En seguida que el Ángel la dejó, ya convertida en sagrario de Jesús, se puso en camino desde Nazaret a casa de Zacarías, en la montaña de Judá. Hizo prácticamente el mismo camino que había realizado 1.000 años antes el Arca de la Alianza (una caja de madera recubierta de oro que contenía las tablas de la Ley, un poco del Maná del desierto y algunos objetos más, como signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo). María es ahora la nueva Arca de la Nueva Alianza, el templo donde habita Dios-con-nosotros. Hay un claro paralelismo entre el relato de Lucas y el relato del traslado del arca (2 Sam 6). David preguntó: «¿cómo es posible que el Arca del Señor venga a mi casa?» Isabel: «¿Cómo es posible que la madre de mi Señor venga a mi casa?». David saltaba de alegría, lleno del Espíritu Santo, delante del arca e Isabel dice, llena del Espíritu Santo: «apenas tu saludo llegó a mi oído, el niño saltó de gozo en mis entrañas «…


El Magníficat: María entonó un canto de alabanza a Dios en respuesta al saludo del Ángel «Alégrate, llena de gracia» y al saludo de su prima «Dichosa tú que has creído». En él explica cómo el motivo de su alegría y de su bienaventuranza es únicamente Dios, que ha hecho en ella cosas grandes.


DEJA QUE EL ICONO HABITE TU VIDA Y LA VIDA DEL MUNDO


El icono representa a María con los brazos extendidos ante Dios, como en actitud de entonar su canto, dándole gracias por haberla llenado de su gracia y por el don de su maternidad divina.

El rostro de la Virgen refleja serenidad y dulzura: la boca y los oídos casi han desaparecido, la nariz es un sencillo trazo; sólo los ojos profundamente abiertos centran nuestra atención y nos indican que, ante el Icono han de cesar los sentidos y el entendimiento. – Sólo hay que abrir los ojos a la contemplación amorosa del misterio. Sobre los hombros y en la frente hay tres estrellas; antiguo símbolo de la virginidad de María antes, durante y después del parto.

En el pecho de María, se encuentra Nuestro Señor encerrado en un círculo.

La circunferencia ha sido desde siempre, en todas las culturas, símbolo de la perfección, de la divinidad, porque no tiene ni principio ni fin y la distancia desde su centro a cualquiera de sus puntos es siempre la misma. Jesús, sin embargo, rompe el círculo dorado, sale de su perfección, deja de lado su condición divina, para hacerse uno de nosotros en el vientre de María.

Su túnica es blanca (el color de la luz, de Dios), para indicar su origen divino, pero se ciñe una capa de color sangre (la naturaleza humana que toma de las entrañas de su madre). Aunque su cuerpo es pequeño, de niño, su cara es de adulto, con la frente despejada, porque él es la eterna Sabiduría de Dios, que existe desde siempre.

En su aureola, las palabras griegas «ó hó é» (el que es), en referencia al antiguo nombre de YHWH (el que tiene la existencia), porque él es el rostro visible de Dios invisible.

Tiene en su mano izquierda el rollo de la Ley,para indicar que viene a cumplir las promesas del Antiguo Testamento y a juzgar al mundo. Su mano derecha realiza el signo de la bendición, para indicarnos que su juicio es de misericordia. – La Madre y el Hijo se elevan como un signo de salvación sobre el mar. Ya hemos indicado que el mar es imagen del peligro, del pecado, de la muerte.

La superficie marina se encuentra surcada por corrientes de aguas vivas (señaladas en color azul celeste sobre un fondo oscuro), porque Dios sabe sacar de los males, bienes y donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.

Encarnándose en el seno de María, el Hijo de Dios ha asumido nuestra pobreza, nuestro dolor y nuestra muerte, para darnos su riqueza, su alegría y su vida.

El paisaje del fondo también tiene su significado. En primer lugar, hace referencia al Monte Carmelo, promontorio junto al mar Mediterráneo, en cuya cima se conserva la gruta de Elías y el monasterio «Stella Maris». También nos evoca el Desierto de las Palmas, donde se conserva el icono, que es también un promontorio junto al Mediterráneo, en las costas levantinas, con una gruta junto a la cima, la del hermano Bartolo y coronado por una cruz (la cruz del Bartolo). Las mismas plantas junto a la gruta son los típicos palmitos del desierto. Por último, tiene una significación mística, que hace referencia a la vida de los Carmelitas, llamados a subir a la cima del monte de la perfección, que es Cristo, ayudados por la doctrina de San Juan de la Cruz.


CANTA UN HIMNO A CRISTO


A nuestra izquierda, en la ladera del monte, hay una pequeña gruta y un arbolillo.

La cueva es un desgarrón en el suelo, oscura como la noche. Nos habla de la purificación del sentido, que se encuentran al inicio de nuestro camino espiritual: Hemos de reconocer nuestros pecados, nuestra incapacidad para alcanzar la cumbre por nuestras solas fuerzas. Esto supone descubrir la oscuridad que llevamos dentro y dejar que la luz de Dios nos penetre. – Sólo entonces surge de nuestro dolor, de nuestra oscuridad, el árbol de la vida, que es -al mismo tiempo – el árbol de la cruz.

Agarrados a este cayado, y dejándonos guiar por el soplo del Espíritu, que nos empuja, podemos echar a andar. La cueva es un desgarrón en el suelo – A medida que ascendemos, el desierto se transforma en vergel (con sus palmitos con florecillas) y nuestra vida refleja la de Dios (toda la cima está inundada de luz, casi pintada de blanco).

Pero aún nos queda la prueba más difícil, la definitiva:

La purificación del espíritu. Descubrimos que Dios es más grande que nuestras ideas sobre él, que no terminamos de entenderle, que se escapa continuamente de nuestras manos, que no le podemos atrapar… Esto es más doloroso que la primera purificación: una gruta enorme y oscura, que abre sus fauces, como para tragarse a todos los que quieren escalar la cima. Sólo hay una posibilidad de avanzar: la práctica de las virtudes teologales.

La fe y la esperanza están representadas por dos estrellas de plata, porque San Juan de la Cruz insiste en que, aunque su contenido es Dios mismo, no lo podemos comprender totalmente, por eso, su posesión nos parece de algo menor valía (plata) que la que en sí mismo tiene (oro). La caridad está representada por la estrella dorada del centro.

El amor es la misma esencia de Dios, nuestro amor es un reflejo del suyo, por eso está pintada en color oro, el color de Dios. Amando, nos hacemos una cosa con él, aún en medio de la noche, y podemos alcanzar la meta: la cumbre, donde sólo mora la honra y gloria de Dios, representada en la cruz gloriosa de Nuestro Señor Jesucrito, a quien sean la gloria y el honor y la alabanza y la acción de gracias por los siglos de los siglos. Amén.

Flor del Carmelo, Viña florida, Esplendor del Cielo, Virgen singular. Oh, Madre amable Mujer sin mancilla, Protege siempre A los Carmelitas, Estrella del mar. S. Simón Stock (s. XIII)












El escapulario de la Virgen del Carmen



Los carmelitas nacimos en Tierra Santa, en el Monte Carmelo, que tuvimos que abandonar a lo largo del siglo XIII, debido a la presión de los musulmanes. 


Al llegar a Europa, los primeros carmelitas se encontraron con que el Concilio IV de Letrán en 1215 había prohibido la creación de nuevas Órdenes religiosas, por lo que numerosos obispos no aceptaban la presencia de los carmelitas en sus diócesis, alegando que pertenecían a una Orden nueva y desconocida.


De nada servía que los carmelitas les recordaran sus orígenes en el Monte Carmelo y que su regla de vida había sido promulgada por el Patriarca de Jerusalén. 


A pesar de que los sucesivos papas escribieron varias cartas de recomendación para los carmelitas, las persecuciones se sucedían, llegando en algunos casos a la prohibición de celebrar el culto público en sus iglesias y al desmantelamiento de sus pobres conventos.

Muchos amigos de la Orden les sugerían que buscaran el patrocinio de algún señor feudal poderoso, al que ofrecieran su obediencia a cambio de protección, según las costumbres de la época; pero ellos se negaron, afirmando siempre que la única señora a la que servían y que había de defenderlos era la Virgen María. Ella era la señora del Carmelo y sus hermanos e hijos confiaban en su auxilio.

Por entonces la gente normal disponía de poca ropa. Normalmente solo tenía una túnica, que se protegía con una especie de bata o gran delantal durante los trabajos. A esta prenda protectora se llamaba «escapulario», porque caía desde las «escápulas» (los hombros), cubriendo el pecho y las espaldas.

Los siervos de cada señor feudal llevaban estos escapularios de un determinado color y tamaño, con lo que se podían distinguir en las guerras, a la hora de pagar peajes por atravesar las tierras del señor o participar en el mercado, etc.

Como los carmelitas se negaron a tener ningún señor que les protegiera en la tierra, adoptaron el hábito y el escapulario de color pardo, de la lana de oveja sin teñir, que es el que llevaban los pobres y desheredados. Mientras tanto, seguían confiando en el auxilio de María.

Cuenta la tradición que un general de la Orden, de origen inglés y de nombre Simón Stock, especialmente devoto de la Virgen, rezaba cada día para que acabaran las persecuciones con la siguiente oración: 


Flos Carmeli, Vitis Florigera, Splendor coeli, Virgo puerpera, Singularis, Mater mitis, Sed viri nescia, Carmelitis sto Propitia, Stella maris. 


Que traducido al español dice: «Flor del Carmelo, Viña florida, Esplendor del cielo, Virgen singular. ¡Oh, Madre amable! Mujer sin mancilla, muéstrate propicia con los carmelitas, Estrella del mar».

Entonces sucedió el prodigio. Corría el año 1251 y la Virgen María vino a su encuentro con el escapulario marrón en sus manos, el mismo que los religiosos habían escogido, porque no querían señores feudales que les protegieran, ya que sabían que la Virgen era su Señora. La Virgen le dijo: «Este escapulario es el signo de mi protección». A partir de entonces fueron cesando las persecuciones y el escapulario se convirtió en signo de consagración a María y de su protección continua.

En torno al escapulario se multiplicaron las tradiciones. La más importante es la de «la bula sabatina», que parte de un sueño del papa Juan XXII, al que la Virgen del Carmen dijo que ella personalmente sacaría del purgatorio el sábado siguiente a su muerte a quienes fallezcan con el escapulario.

Con este motivo se fundaron numerosas «cofradías de ánimas», que ofrecían misas por las almas del purgatorio en altares de la Virgen del Carmen. Muchos cuadros y relieves la representan con las almas del purgatorio a sus pies y con ángeles que sacan de las llamas a quienes están revestidos del escapulario.

La archicofradía del Carmen llegó a ser la más extendida de toda la cristiandad, con sede en iglesias de todo el mundo. Hasta no hace mucho se necesitaba un permiso escrito del General de la Orden para que un sacerdote pudiera imponer el escapulario agregando, así, a los fieles a dicha archicofradía, que los papas enriquecieron con numerosas indulgencias. Hoy ya no es necesario y cualquier sacerdote puede imponer el escapulario a los fieles que lo soliciten.

A lo largo de los siglos son innumerables los fieles que han llevado el escapulario como signo de su amor a María. También son numerosos los prodigios y conversiones que la Virgen ha realizado entre los que llevan con fe y devoción esta prenda tan humilde.

Pío XII escribió: «La devoción al escapulario ha hecho correr sobre el mundo un río inmenso de gracias espirituales y temporales».

Pablo VI: «Entre las devociones y prácticas de amor a la Virgen María recomendadas por el magisterio de la Iglesia a lo largo de los siglos, sobresalen el rosario mariano y el uso del escapulario del Carmen».

Juan Pablo II lo llevaba siempre consigo y lo recomendó en muchas ocasiones, afirmando: «En el signo del escapulario se pone de relieve una síntesis eficaz de espiritualidad mariana que alimenta la vida de los creyentes, sensibilizándolos a la presencia amorosa de la Virgen Madre en su vida. El escapulario es esencialmente un “hábito”. Quien lo recibe queda agregado a la Orden del Carmen, dedicado al servicio de la Virgen por el bien de la Iglesia y experimenta la presencia dulce y materna de María. ¡Yo también llevo sobre el corazón, desde hace mucho tiempo, el escapulario del Carmen!».

Benedicto XVI afirmó: «El escapulario es un signo particular de la unión con Jesús y María. Para aquellos que lo llevan constituye un signo del abandono filial y de confianza en la protección de la Virgen Inmaculada. En nuestra batalla contra el mal, María, nuestra Madre, nos envuelve con su manto».





No hay comentarios.:

Publicar un comentario