Cuida de nosotros, oh bondadosa Señora y Madre del buen Dios;
dígnate proteger y dirigir todas nuestras cosas;
sosiega el ímpetu de nuestras vergonzosas pasiones
y condúcenos al puerto tranquilo de la divina voluntad,
a la eterna bienaventuranza en que gozaremos de la luminosa presencia
y de la suavidad y dulzura del Verbo en ti encarnado,
al cual, junto con el Padre, se tribute la gloria, el honor, el poder y la grandeza,
en unión con el Espíritu Santísimo y vivificante,
ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
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